Culpa y gratitud: La experiencia de estudio en el extranjero de una latina de primera generación

Mayra Bravo reflexiona sobre su experiencia como estudiante de primera generación en el extranjero. Foto de Mayra Bravo.

Estudiar en el extranjero era algo que antes me parecía ridículamente inalcanzable. Estaba convencida de que era algo exclusivamente para niños con fondos fiduciarios o para personas que simplemente no estaban cerca de sus familias y querían evadirla. Yo no pertenecía a ninguna de esas categorías, y por eso no había procesado del todo el emocionante viaje que tenía ante mí hasta que estaba en el avión. Tengo que admitir que por mucho que deseaba desesperadamente ir a Italia, inconscientemente hice todo lo posible por sabotear mi propio viaje. De hecho, saqué mi pasaporte la misma mañana de mi vuelo de 16 horas.

Innumerables temores inundaron mi mente en los meses que precedieron al "gran viaje". Por una parte, como latina extremadamente orientada a la familia, no estaba segura de poder soportar el desgaste emocional que supondría estar lejos de mis seres queridos durante tanto tiempo. En segundo lugar, no conocía muy bien a ninguno de los otros estudiantes con los que iba a viajar. Este programa se ofrecía a través de la carrera de Comunicación -que es mi especialidad-así que a los pocos estudiantes que conocía, los conocía porque habíamos tomado una sola clase juntos. Eso no había dejado mucho margen para crear amistades, algo que, afortunadamente, cambió muy pronto durante el mes que duró nuestra aventura italiana.

Estaba absolutamente asombrada por la belleza surreal de Italia. No podía caminar más de dos cuadras sin detenerme a sacar fotos. Desde los techos adornados hasta las calles adoquinadas que me dejaban los pies doloridos y con ampollas, todo era mágico. Por suerte, mis amigos estaban igual de motivados y ansiosos por explorar. 

A menudo recuerdo un paseo en particular. 

Después de caminar seis kilómetros desde nuestro apartamento hasta Piazzale Michelangelo, el último tramo era una empinada colina, intenté recuperar el aliento y me encontré completamente abrumada por la belleza de Florencia. En ese momento, luché contra las lágrimas que brotaban de mis ojos, dividida entre una intensa gratitud y un persistente sentimiento de culpa. ¿Cómo es que estoy aquí?

Mi respuesta inmediata fue llamar por FaceTime a mis abuelos. Mi abuelo se rió incrédulo de la belleza que había al otro lado de su pantalla y orgulloso de que yo pudiera experimentar este mundo mágico. "Deberías venir, papi. ¡Ven a visitarme!" le insistí, con la sincera esperanza de que se subieran a un vuelo y me acompañaran.

Vista panorámica de Florencia desde Piazzale Michelangelo. Foto de Mayra Bravo.

El problema con la universidad como estudiante de primera generación es que eres muy consciente de los sacrificios de tus padres y abuelos porque lo has visto de primera mano. La universidad no es simplemente una opción para ti--- es la respuesta. Esta presión es lo que me ha empujado a sobresalir académicamente; soy consciente de que esta oportunidad es un privilegio que mis padres y abuelos no tuvieron la misma suerte de experimentar.

Mi abuelo emigró de México a Estados Unidos a través del Programa Bracero, un programa que trajo legalmente a millones de ciudadanos mexicanos a Estados Unidos para trabajar en severas condiciones y por salarios miserables. 

Durante esta época tumultuosa, a mi papi no se le permitía cenar en los restaurantes de su elección después de un largo día de trabajo agotador, ya que los letreros racistas dictaban en qué establecimientos podía entrar. 

Mientras paseaba por las calles empedradas de Florencia, entrando en cualquier boutique o cafetería que me llamara la atención, a menudo me venía a la mente este pensamiento. Estaba tan agradecida por vivir en una época de tanta libertad y aceptación como furiosa por el hecho de que la vida de mi abuelo hubiera estado llena de tantas limitaciones sociales. Pronto aprendí que mi lucha interna no era única, sino más bien un reto al que se enfrentan muchos estudiantes latines. Para nosotros, estudiar en el extranjero es una delicada danza entre celebrar nuestros propios éxitos y honrar la resistencia y los obstáculos a los que se enfrentaron aquellos que nos abrieron el camino.

Al reflexionar sobre mi viaje por Italia, que cambió mi vida, he llegado a la conclusión de que, aunque nuestras familias no siempre puedan compartir nuestras experiencias, no podemos permitir que este sentimiento de culpa nos pese. Al contrario, debemos utilizarlo como catalizador que nos inspire para seguir adelante. El simple hecho de poder viajar para explorar, en lugar de viajar por necesidad, es un testimonio del sacrificio de nuestras familias. Como estudiantes de primera generación, estos viajes honran y continúan nuestro legado familiar. Que estos capítulos transformadores de nuestras vidas sirvan de fuente de sanación e inspiración para las generaciones por venir.

Artículo traducido por Briana Mendez-Padilla

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